Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1531
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 21 de abril de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 113, 3717-3720
Tema: Destitución del gobernador civil de Valencia

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Bien hubiera deseado el Gobierno, señores Diputados, que no se hubiera suscitado este debate, no porque le temiese ni porque quisiera rehusarle, sino porque entendía que, estando aún la peregrinación en Roma, debía excusarse toda discusión con ella relacionada que pudiera excitar los ánimos y conmover las pasiones, porque la excitación y el apasionamiento traídos aquí al debate pueden ser trasmitidos por el telégrafo con la velocidad del rayo a otra parte, con peligro de nuestros conciudadanos, y producir complicaciones a una Nación amiga bajo cuya salvaguardia se encuentran. Todo aconsejaba, pues, en sentir del Gobierno, esperar a que la peregrinación hubiera vuelto a su país y los peregrinos a sus hogares para entrar en discusiones de esta naturaleza, con lo cual hubiéramos adelantado mucho aún dentro de la propia cuestión que se debate, porque entonces, sin peligro ninguno para nuestros compatriotas, más serenos los ánimos y más distantes los sucesos de Valencia, que todos hemos lamentado, hubiera podido examinarse mejor la cuestión, los hechos se hubieran apreciado más distintamente, y hasta hubiéramos podido juzgar con más calma y con más justicia la conducta del que ha sido gobernador de Valencia.

Pero en fin, no han pasado las cosas así, el debate se ha adelantado, y afortunadamente hasta ahora no hay que temer que el apasionamiento con que se ha desenvuelto pueda producir ni en Italia ni en ninguna otra parte más que ecos de simpatía para Roma y ecos favorables para la peregrinación que ya toca a su término, término feliz, gracias a la conducta irreprochable que han observado los peregrinos españoles en Roma; gracias también al Gobierno italiano, que ha sabido cumplir los deberes de la hospitalidad, y gracias al Sumo Pontífice que constan-[3717] temente dispensó su inagotable bondad a los españoles, a sus instituciones y a España entera. (Muy bien.)

En todo este debate, que ha sido interesante por los elocuentísimos oradores que han tomado parte en él, se ha tratado de la separación de un gobernador; y en realidad, si de esto sólo se hubiera tratado, el Gobierno hubiera cumplido su misión con la parte que en su nombre tomó en la interpelación el señor Ministro de la Gobernación. Pero han surgido otros incidentes; la separación del gobernador ha quedado en segundo término, y el mismo Sr. Dualde esta tarde ha querido sacar partido, como han querido sacarle en Valencia de otros aspectos, que son los que han causado la separación del gobernador, como luego explicaré.

Ha querido el Sr. Dualde esta tarde sacar partido de todo lo que ha sucedido, para dar carácter político a la peregrinación. Yo, hasta ahora, no había visto que nadie le diera este carácter. El Gobierno español ha entendido que la peregrinación no tenía más objeto que llevar a los pies del Papa el homenaje de la consideración, del respeto, del cariño y de la gratitud de los españoles, sin distinción de partidos; homenaje debido al Sumo Pontífice a quien tanto tienen que agradecer España y los españoles.

Era un acto sin carácter ninguno político; S. S. se lo ha querido dar; y yo declaro que si la manifestación hubiera tenido carácter político, si hubiera tenido el sentido de realizar un acto hostil a las instituciones de Italia, ¡ah! entonces yo no la hubiera permitido. (Muy bien, muy bien.- El Sr. Lostau: Eso es lo que debiera haber hecho S. S.) No ha debido hacerlo el Gobierno liberal, ni lo hubiera hecho ningún Gobierno, pero mucho menos el Gobierno liberal, porque cuando ha tenido la fortuna de reconciliarse con la Iglesia sin mengua de los atributos del Estado ni de las prerrogativas de la Corona, no podía tirar todo eso por la ventana, y menos prohibiendo una manifestación esencialmente católica y religiosa. (Muy bien.)

El Gobierno la hubiera prohibido si esa peregrinación hubiera de cualquier modo significado objeto alguno contrario a las instituciones del país a donde iba, porque si es deber de todos respetar los poderes constituidos, lo es con mayor razón cuando se trata de extranjeros que van a recibir hospitalidad en un país amigo.

El Gobierno ha creído, y sigue creyendo, que esa manifestación ha tenido un objeto esencialmente religioso, y por lo mismo no podía oponerse a ella, y mucho menos estando formada por todas las clases sociales de España sin distinción de partidos, pues quizá no habrá una sola provincia en España que no haya dado su tributo a la manifestación. No; el señor Dualde no hacía bien en dar carácter político a la manifestación; pero ha leído unas palabras del señor Pidal, de las cuales parece deducirse que algunos peregrinos, claro es que no sabemos cuántos, porque no es cosa fácil de saber ni aun por el Sr. Pidal, que sabe muchas cosas, si son pocos o muchos, que algunos peregrinos que hacían el sacrificio de ir para rendir un verdadero homenaje de respeto, gratitud y cariño al Sumo Pontífice, iban con sentimientos hostiles a Italia, cuyas playas calificaban de inhospitalarias en el sentido de que eran playas de un país al cual se iba con el sentimiento que acabo de indicar.

No sé si algunos peregrinos han ido con esos sentimientos; si es así, han hecho muy mal, y yo no puedo aceptar en ese sentido las palabras del Sr. Pidal; allí no han ido más que con el sentimiento religioso; allí no han ido a manifestar sentimientos hostiles a la legalidad de una Nación amiga, ni a los poderes públicos allí constituidos, y no podían ir de esa manera cuando iban bajo la protección de la representación de nuestro país y acogidos así por el Gobierno italiano.

Este es el punto principal del debate, porque realmente en cuanto a la cuestión que ha servido de base para la interpelación explanada por el Sr. Rodríguez, la cosa es sencillísima, Sres. Diputados.

Me preguntaba el Sr. Maura, manifestando quejas amargas, aunque amistosas, qué había hecho el gobernador de Valencia, o qué había dejado de hacer para haber merecido la separación; pregunta que dirigió también S. S. al Sr. Pidal, el cual se limitó a decir: "que conteste el Gobierno."

Pues bien; aún como Gobierno, me es difícil contestar a esa pregunta? (Rumores.) No es tan fácil dar una contestación si ha de ser cumplida y fundada, sobre todo, en la rectitud y en la justicia; se necesita haber presenciado los hechos, haberlos seguido desde su origen en todos los accidentes, desde su desenvolvimiento hasta su terminación, y aun así, hay que andar con mucho tiento para pronunciar un fallo definitivo y absoluto (Rumores); porque es muy fácil, Sres. Diputados, juzgar de las consecuencias que la conducta de un gobernador haya tenido en una perturbación del orden público; pero no es tan fácil prever las consecuencias que de otra conducta seguida por el gobernador se hubieran originado. No conozco situación más difícil que la de un gobernador ante las cuestiones de orden público; siempre hay motivos para condenarlo. Se anuncia una perturbación del orden público, el gobernador toma muchas medidas, y entonces, si la perturbación llega a realizarse, se dice: ¿qué había de suceder? La autoridad ha tenido la culpa; los alardes de fuerza y de autoridad han excitado los ánimos, han alarmado las pasiones y han hecho que estalle en motín una cosa que sin esos alardes se hubiera resuelto fácilmente. Toma, por el contrario, el gobernador pocas precauciones, se realiza el motín: ¡ah! el gobernador tiene la culpa porque no ha sido previsor y no ha tomado ninguna medida. La perturbación del orden público llega; la autoridad cree preferible que se cometan, hasta cierto límite, algunos desmanes, a derramar sangre y causar muchas víctimas; pues entonces, el gobernador pasa como cómplice de los revoltosos. Por el contrario; derrama sangre, causa muchas víctimas. El gobernador no perderá jamás el calificativo de cruel, y hasta que se muera continuarán arrojándole sobre la frente la sangre derramada; de manera, Sres. Diputados, que siempre, en toda ocasión, la autoridad a quien ocurre esa desgracia es condenada y esa es una situación muy difícil para toda autoridad.

¿Qué ha sucedido en Valencia? Yo, realmente, todavía no lo sé. (Risas.) No lo sé, porque las opiniones se han dividido de tal manera porque las noticias son tan contradictorias, y por otra parte tan exageradas, que no hay medio de formar un verdadero juicio del cual resulte la responsabilidad del [3718] gobernador de la provincia. (El Sr. Salmerón: Y provisionalmente se le destituye.) ¿Por qué se ha separado al gobernador de Valencia? Pues ahora lo va a saber el Sr. Salmerón. (El Sr. Salmerón: Desearía que lo supiera bien el Gobierno para explicarlo y justificar sus actos.) Pues ahora se lo voy a decir a S.S.

Para nada necesitan los Gobiernos una libertad más absoluta que para el nombramiento y separación de sus representantes en provincias. No le basta a un Gobierno, para el nombramiento y sostenimiento de un gobernador, que tenga confianza absoluta en las condiciones y en las cualidades personales de este gobernador; no basta que tenga confianza en su aptitud para el mando, en su tacto para ejercerlo, en su rectitud para administrar bien; es necesario también que tenga confianza en el éxito y en el resultado de su gestión (El Sr. Salmerón: Y todo lo otro se queda?; y el éxito y el resultado de su gestión dependen en muchos casos, más que de aquellas condiciones y cualidades personales, de accidentes del momento y de circunstancias de localidad. Pues bien; el Gobierno tenía y sigue teniendo confianza en las condiciones y cualidades personales del Sr. Ribot, no sólo para el mando de la provincia de Valencia, sino para el mando de provincias más importantes (El Sr. Salmerón: Luego, se le destituye); pero de los sucesos que todos lamentamos, y tomando como pretexto la conducta del gobernador, han surgido en Valencia dos tendencias: la una favorable a la conducta del gobernador, la otra contraria, y estas dos tendencias, por lo menos una de ellas, han querido hacer de la conducta del gobernador una gran cuestión política, tan enconada, que encontrándose la autoridad entre esas dos tendencias y siendo víctima de la lucha de las mismas, resultaba que el gobernador de la provincia, en vez de ser lazo de unión entre todos los elementos, en vez de ser símbolo de paz entre ellos, iba a ser manzana de discordia. (Muy bien, en la mayoría.- Fuertes rumores en las minorías.)

Pues bien, Sres. Diputados; el gobernador más experto, el hombre político más entendido y más amaestrado en los asuntos de gobierno se estrellaría, no podría menos de estrellarse, en una situación tan difícil, y temiendo que esa lucha encarnizada entre las dos tendencias, que querían dar, no sólo carácter político a la conducta del gobernador, del gobernador, que en lo que menos pensaba era en eso, sino que querían dar carácter político a la peregrinación; temiendo que esa lucha enconase las pasiones precisamente en vísperas de volver la peregrinación, y produjese consecuencias desastrosas, no tuvo más remedio, con harto sentimiento suyo, que separar al gobernador del campo de batalla. (El Sr. Marenco: ¿Y la forma del decreto?)

La forma del decreto es la que ha creído el Gobierno conveniente emplear para no prejuzgar nada respecto de la conducta de ese gobernador, porque el Gobierno ha tomado esa resolución, sin perjuicio de examinar más despacio esa conducta, y con el propósito, si ha hecho, como el Gobierno cree, todo lo que ha podido, dados los medios de que podía disponer, con el propósito de darle en su día la debida reparación; pero entretanto no ha querido prejuzgar nada.

Ésta es la historia y éstas las causas de la separación del gobernador de Valencia, en la cual no ha influido ni el Sr. Pidal con sus vehementes discursos, ni el Senado con su debate apasionado respecto de aquellos sucesos, ni absolutamente nade más que el Gobierno en uso de su perfecto derecho. (El Sr. Rodríguez, D. Calixto: Pero no de su perfecta razón.)

Que la separación ha sido inusitada. Es verdad, Sr. Maura; pero también ha sido inusitado lo que ha pasado después de la separación del gobernador; sin embargo, inusitada y todo, eso no quiere decir que el Sr. Ribot, ni en poco ni en mucho, haya desmerecido en la confianza del Gobierno ni en la estimación de sus amigos políticos. (Rumores en las minorías.)

¿Pero qué culpa tiene el Sr. Ribot de que las pasiones políticas de Valencia, por lo menos de algunas fracciones políticas de Valencia, queriendo hacer de su conducta un arma política y de la peregrinación otra, hayan puesto al Sr. Ribot en la imposibilidad de continuar gobernando en Valencia? (Rumores.)

El Sr. DUALDE: ¿Por qué no se le admitió la dimisión?

El Sr. Marqués de FIGUEROA: Ahora empiezan a tener razón los republicanos.

El Sr. DUALDE: La hemos tenido siempre.

El Sr. SALMERÓN: El Sr. Ribot agradecerá ese procedimiento de justicia.

El Sr. AZCÁRATE: Y el Sr. Maura, se habrá convencido de la explicación que ha dado S. S.; sobre todo, esperará tranquilo la reparación.

El Sr. MAURA: Pido la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Si la espera tranquilo, tanto mejor para el Sr. Maura y para mí, que no quiero darle disgusto alguno.

Al concluir el punto relativo al gobernador de Valencia, el Sr. Dualde hizo una grave indicación. Era costumbre en la política antigua que los partidos extremos atribuyeran todo a influencias misteriosas y a intervenciones superiores; pero, desengáñese S. S. y los que como S. S. piensan; esas insinuaciones han pasado ya de moda, no hacen efecto alguno. (El Sr. Salmerón: Sobre todo desde que no las usa S. S.)

Afortunadamente, la política en este país se hace hoy tan a luz del día, los poderes públicos están tan bien definidos y tan bien colocados cada cual en su puesto, que esas indicaciones no producen efecto alguno.

Por eso yo protesto de ellas, no por el efecto que haga, que ya no causan ninguno, sino por la intención que envuelven y el mal gusto que revelan. (El Sr. Dualde pide la palabra.)

Por lo demás, S. S. aludió a un acto de la Reina de España. El Gobierno se hace responsable de ese acto, por las consideraciones que he expuesto al empezar estas pocas palabras que estoy pronunciando ante la Cámara porque la peregrinación no ha tenido carácter alguno político, no ha tenido más carácter que el religioso, y ese sentido S. M. la Reina ha dirigido el telegrama a que S. S. se refiere, con la aquiescencia, con el beneplácito del Gobierno, y el Gobierno responde en absoluto de ese acto, como de todos los que dentro del sistema constitucional realiza S. M. la Reina.

Aparte de esto, ya sé que se esperaban muchas cosas de esta interpelación, entre otras los adversarios del partido liberal esperaban la absoluta des-[3719] composición del mimo, una gran disidencia. (El Sr. Domínguez: La hay.) ¿La hay? Cuiden sus señorías de las suyas.

El Sr. Maura realizaba un acto a que en su concepto le obligaban deberes ineludibles, y ya se dijo: "pues el Sr. Maura se va a separar del partido liberal." No hay nada de eso; ni por ese acto ni por ninguno está dispuesto el Sr. Maura a dar gusto a las oposiciones ni a romper la unidad del partido liberal, a favor de la cual está dispuesto a hacer todos aquellos sacrificios que puede hacer un hombre político sin quebranto de su honra (El Sr. Romero Robledo: Ese es el programa para mañana), persuadido, como lo estamos todos, de que la unidad del partido liberal es un elemento indispensable a la marcha regular de los poderes públicos, al afianzamiento de las libertades conquistadas y a la prosperidad del país.



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